A los 16 años hay
adolescentes que aún no han debutado, y otras que ya están embarazadas de su
tercer hijo, las hay delgadas y gordas, morochas y pelirrojas, estudiosas y
analfabetas, soñadoras y concretas, con un techo y un lindo colchón o durmiendo
en taperas, cartoneando o comprando en el shopping, militando o bailando
reggaetón.
A los 16 años las chicas
suelen tener sueños: casarse con algún/a ídolo/a o con alguien del colegio, no
casarse jamás, viajar a Japón a dibujar comics, ir a Disney, tener la panza
chata para usar bikini, comprarse una moto, tener una beca de algo, tener
hijos, no tener nunca hijos, vivir solas, irse de vacaciones sin sus
madres/padres.
A los 16 años las chicas
suelen ser confiadas, sentir que el mundo es un lugar seguro, les gusta conocer
personas, suelen desear ser más libres –siempre un poco más-, no quieren ser
controladas, son superpoderosas, y pueden llorar toda la noche por un
comentario de Facebook.
A los 16 años la vida es
intensa: bailar, comer, no comer, tatuarse, perforarse, la música, el arte, la
ropa, los cambios en el pelo, reír, llorar, cortarse, pasear, dormir, no dormir
nunca, publicar fotos en Instagram, los cien grupos de wasap, el celular como
parte del cuerpo, las paredes pintadas de la pieza, beber más de la cuenta,
probar algunas sustancias, netflix, el maldito colegio, los adultos
insoportables, pensar en la vejez como algo que sucede luego de los 25 años,
odiar la “vejez”.
Lucía Pérez tenía justo eso:
16 años. No sé de ella, no la conocí. Veo una foto donde sonríe, tiene un
piercing, el pelo enmarañado, rastas, chaleco, buzo. Es muy linda y sonríe con
ganas. No hay miedo en la foto. Es una adolescente que cursa el último año del
secundario, hija de una familia trabajadora, que vive en Mar del Plata. Las rastas
¿serán porque escucha reggae? El piercing del labio, ¿se lo habrá hecho algún
amigo? ¿Le gustará lengua, historia o físico-química?
Releo: hablo de Lucía en
presente. Y no lo está: el domingo 9 de octubre –el día que fusilaron al Che
Guevara, el día que nacieron John Lennon y PJ Harvey- fue drogada, violada y
asesinada por empalamiento. Ese mismo día en Rosario 100.000 mujeres –donde
seguramente habría muchas chicas de su misma edad- debatían todo el día en
talleres, eventos artísticos, marchaban, vivían.
Creo que no conocería el
término “empalamiento” si no fuera por mi temprana lectura de Drácula, quien
fuera apodado “el empalador” por cierta afición a empalar enemigos y dejarlos
como trofeo en un bosque.
No es un término de la vida
moderna, hasta que dos ¿hombres? matan a Lucía –con un dolor inimaginable, esto
es seguro-, lavan el cadáver, la llevan a un centro médico y se “disculpan” con
la excusa de la sobredosis. Parece que estos femicidas venden drogas, y
sospecho que intentarán “atenuar” lo bestial de su acto bajo el mote de
“adictos”.
Yo tengo una larga y extensa
formación y experiencia en trabajo clínico con adolescentes y con adictos: los
adolescentes suelen confiar a veces un poco más de lo debido, y ningún consumo
justifica o “disculpa” delitos de crueldad tan extrema. Así como no cualquiera
puede linchar a una persona hasta matarla, tampoco por el consumo de drogas una
adolescente de 16 años es violada, sodomizada y empalada hasta la muerte. Una
conducta tan regresiva, con tanta perversidad, habla de una sociedad donde el
vale todo cada vez más tiene nada de freno: acá no hay ley, no hay salud, no
hay lazo social. Tampoco aplicaría el término “animal”, ya que los animales
matan para alimentarse, sobrevivir, escapar de amenazas: no aplica.
El mismo domingo que Lucía
Pérez pasó de la vida a la muerte, en Rosario reprimían a mujeres, adolescentes
y jóvenes con balas y fuerza bruta. Los muros y los foros se llenaban de voces
a favor y en contra: que las tetas al aire, que los graffitis, que cuan sucias
son las mujeres cuando se juntan por miles, que si la iglesia, que la policía,
en fin…puros “que”.
En la morgue de un hospital
un cuerpo muerto ya no se llamaba Lucía, ni tenía presente: no terminaría el
secundario, no tendría hijos, no recorrería el mundo, no sonreiría más.
Hay algo que no estamos
viendo, me parece.
Yo estoy muda: solo escribo.
A los 16 años me gustan las
adolescentes despeinadas, sonrientes, con planes, con proyectos.
Vivas, ¿entienden?
Vivas.
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